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El origen de la magia cafetera colombiana

Una breve cronología de la llegada del café a Colombia

Somos una marca con historia, desde las raíces de nuestro creador, hasta el proceso de producción de nuestro café, son relatos que contamos a través de cada uno de nuestros productos; pero hoy no venimos a hablar de Don Ray, pues queremos llevarlos a un viaje a los orígenes de esa bebida que tanto nos apasiona y nos impulsa. Queremos hablarles sobre el mejor café del mundo y sobre su llegada al país que lo produce: Colombia. 

Hace aproximadamente 300 años, en 1730, los primeros granos de café fueron llevados a tierras colombianas por los monjes jesuitas cuando aún era reconocida como la Nueva Granada. La introducción de este nuevo sustrato, se convirtió rápidamente en un impulso para las familias agricultoras y para la economía; pero lo realmente increíble, era que esas primeras semillas, provenían de Francia y Holanda, lugares donde era considerado un producto exclusivo de la realeza, que solo en el lugar correcto, podía crecer con la calidad y el sabor que hoy conocemos. Así llegó a Colombia, pero poco a poco, esa magia que identifica a uno de los mejores del mundo comenzó a volverse realidad. 

100 años después el panorama era diferente; la producción había aumentado tanto, que en la aduana de Cúcuta se adelantaron procesos para realizar la primera exportación oficial de sacos de café al exterior, lo cual marcó un antes y un después en la historia cafetera del país, ya que abrió las puertas de la internacionalización a un producto que había llegado de afuera, para quedarse por siempre en el ADN de la cultura nacional. La muestra de lo anterior, es que se dice que una de las mayores causas del incremento de su elaboración fue Francisco Romero, un sacerdote que instituyó la siembra del codiciado grano, como una forma de redención de culpas, haciendo que montones de colombianos se convirtieran en cafeteros por convicción. 

Con el tiempo, la producción se masificó y se crearon nuevas maneras de sembrar y de exportar, pero sin embargo, 300 años después, sigue corriendo la misma pasión cafetera por la sangre de cada colombiano. Una semilla que se convirtió en raíces, en raíces cafeteras y agricultoras y que luego, dio sus frutos para convertirse en uno de los productos de exportación más deseados alrededor del mundo. Porque esto no es solo una historia, son miles de ellas, que hoy, se cuentan a diario en torno a una taza de buen café.

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